Por: Jorge "Killer" Cáceres (Perú)
Siento el primer golpe, es fuerte, lo detuve con el antebrazo pero me sacudió. Deja su rostro descubierto, podría romperle la nariz en un segundo, hice un pequeño amague, un recto con la derecha que se quedo ahí, en el codo, antes de nacer. Es un reflejo, las reacciones salen cuando hay dolor. Tantas peleas te acostumbran a soltar los golpes casi mecánicamente, sin pensar. Sólo fluyen como un resorte liberado. Él ni siquiera lo notó, está furioso, no puedo entender por qué.
Tocamos el timbre de su casa, estábamos haciendo nuestro recorrido predicando la palabra de Dios. Ella presionó el timbre con uno de sus delicados dedos y volteó a sonreírme. Me sentí reconfortado, ella me trajo al servicio del señor. Así como hoy, ella también llegó a mi casa. Desde que la vi sentí la necesidad de compartir su vida, de recibir siempre esa sonrisa con que se presentaba. Me adentré en las lecturas de la Biblia. Leía todo pero por momentos perdía los comentarios, las explicaciones; a veces quedaba confundido, me perdía observando su belleza, los movimientos de su boca, la mirada coqueta que a veces escapaba como el brillo nocturno de una nube azul, intrigante, cautivadora.
Ahora él está lanzándome puñetazos al cuerpo, retengo los golpes con los brazos pegados a mi tórax, no causan daño pero arden, duelen. Siento la ira que nace dentro de mí, pero tengo que controlarme, soportar, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra. Sé que esto es una prueba, fui entrenado para recibir golpes. Él se cansará. Ella estará orgullosa de mí. Ya está muy agitado, resopla. Sus fosas nasales se agitan como el hocico de un toro, parece una caricatura; está bajando los brazos, respira balanceándose hacia adelante. Ahora podría empezar a pegarle hasta hacerle vomitar los intestinos, pero me controlo, respiro profunda, lentamente, ella me mira y siento una especie de comunicación, recuerdo las palabras: Amad a vuestros enemigos y bendecid a los que os maldicen. Sí, yo tengo que ser así. Ella sigue mirándome, parece sonreír, yo entonces me atrevo a pronunciar: Te perdono. Antes de terminar estas palabras sentí el tablón que caía sobre mi espalda golpeándome la cabeza, me derribó. Una rodilla tocó el suelo, luego otro golpe más, caí sobre mi costado, sentí a los dos hombres moliéndome a patadas y golpes.
Recuerdo, que la música era de heavy metal, muy dura, cuando abrió la puerta se sintió claramente. Sus ojos estaban rojos y tenía la cara grasienta, probablemente sudando el alcohol que había estado ingiriendo y que apestaba terriblemente en su boca.
-¡¿Qué mierda quieren aquí?!- gritó.
-Disculpe si lo molestamos, seguiremos nuestro camino- dije, tratando de evitar que la cosa empeorara.
-¡¿A dónde crees que vas huevón?!¡Cucufato de mierda! Ven para que te meta esa Biblia por el culo cabrón.
Ahora, tirado en el suelo, cubriéndome la cabeza con las manos, siento ganas de morir y terminar con esto, levanto la cabeza, la busco con la mirada. Ella no está. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? El dolor se está alejando y ellos parecen golpear con menos fuerza. De pronto algo crece en mí, con fuerza, desde dentro, es como una luz, una luz que borra todo, comienzo a olvidar, no encuentro asidero, trato de recordar algún pasaje del nuevo testamento, todo está en blanco, ya no hay nada. No siento nada, sólo una calma blanca, una luz verde y luego un nuevo recuerdo, el antiguo testamento viene a mi, nítido, llenándolo todo. Así dijo el Señor de los ejércitos: Me acuerdo de lo que hizo Amalec a Israel; que se le opuso en el camino, cuando subía de Egipto. Ve pues, y hiere a Amalec, y destruiréis en él todo lo que tuviere; y no tengas piedad de él; mata hombres y mujeres, niños y mamantes, vacas y ovejas, camellos y asnos. Abro los ojos, ellos están parados mirándome, sin fuerzas, el que me atacó primero trata de patearme en la cara. Detengo la patada con mis manos y muerdo su pantorrilla, hondo, hasta sentir mis dientes penetrando la carne, se juntan, debo haber sacado un buen pedazo, cae al suelo aullando de dolor. Ve, y destruye a los pecadores de Amalec, y hazles guerra hasta que los acabes. El otro miserable está paralizado del miedo, extiende sus manos para evitar que me acerque, lo cojo de la muñeca, lo tiro al suelo, pongo mi pie sobre su hombro y de un tirón le disloco el brazo. Veo una botella tirada en el piso, la recojo y la rompo contra el suelo. Entonces Samuel cortó en pedazos a Agag delante del Señor en Gilgal.
Luego que acabé con esos desgraciados procedí a entrar en la casa. Dentro ladraba un perro, y mientras lo buscaba pensaba que quizás yo, como esas viejas computadoras, trabajamos mejor con versiones anteriores…
El desamparado
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