Inocencia

Por: Freddy Murphy (Guatemala)

El agente de policía lo encontró debajo de la cama en posición fetal, con las manos ensangrentadas tapándose las orejas. La luz de la lámpara del oficial reflejaba dos ojos negros nadando en lágrimas.

Dígame su nombre, gritó el guardia de la estación con la camisa de fuera y el cincho desabrochado.

Juan Miguel Batista, musité
Edad: 58 años
Estados civil: soltero

-¿Sabe por qué esta aquí?
- No sé. Contesté
-Está acusado de asesinato de Ángela Gómez.

No recordé nada más; sentía frío y de las sombras de mi celda emergían caras deformes que se desvanecían, lo único seguro es el cadáver de mi vecina y que yo estaba en su apartamento.

Las fuerzas me habían abandonado, ya no podía resistirme a los pensamientos que me perseguían. Cerré los ojos y lo volví a vivir. Estábamos juntos con Juan y Manuel Andrés, escondidos de la maestra Eufemina, lo recuerdo muy claramente, hasta puedo sentir el olor a basura al esconderme detrás del recipiente que la contenía.

El momento era justo antes de que cerraran la puerta de la escuela que da a la calle, trataron de convencerme de que me fuera con ellos, pero decidí tomar prestado dinero de mi madre primero antes de reunirnos en el centro comercial.

Llegué sudando y cansado por el escape, fui directo a la cocina a beber agua, cuando de pronto oí un golpe en la puerta, escuché voces y aún con el bolsón en la espalda corrí a mi habitación hasta esconderme debajo de la cama.

Las risas se hicieron más fuertes; luego de un rato reconocí la voz de mi madre que se aproximaba, pero ¿Quién sería la otra persona? No lograba reconocerla.

Si me encuentra aquí ella va a golpearme como la última vez que me expulsaron de la escuela por cortarle una trenza a mi compañera Teresa, pensé.

Se dirigió hasta mi cuarto con el desconocido y vi caer la chaqueta, la blusa y la falda de mi madre junto con el pantalón de su acompañante, mas tarde cayeron cerca de la puerta los interiores de ambos.

Quise salir corriendo, pero por las risas de los dos sabía que a mi mamá no le estaban haciendo daño. Manuel me ha dicho lo que hacen los padres en la intimidad, pero éste no era mi padre.

Luego de mucho escándalo y golpes de cabecera, llegó repentinamente la tranquilidad allá arriba. Ya de grande maldije la cobardía de mi madre por no haberlo hecho en su cama.

Recogieron sus prendas y arreglaron mi cama, y observé cómo los dos pares de piernas abandonaban mi habitación y el tiempo pasó como si nada.

Desde entonces han pasado 48 años, y es en este lecho duro de la celda donde recuerdo que golpeé a Ángela mi con rabia hasta matarla, le dí por lo que le hizo pasar a su hijo, y no saber lo duro que es vivir con ese recuerdo. Su rostro se intercambiaba con el de mi madre, y es que en ese momento no pude soportar ver salir debajo de esa infantil cama al hijo de la vecina que, aún desnuda, descansaba en mi espalda.

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