Reencuentro

Por: Claudia Ávila (México)

Le doy otro sorbo a mi cappuccino, o para ser más exacta: a mi Cinnamon Dolce Frappuccino, según el menú de Starbucks. Cada vez que paso por uno de estos lugares me pregunto cuándo demonios… tomar un simple café se volvió tan complicado. Supongo que la popularidad de las mezclas exóticas, con nombres más exóticos aún, hace que la clientela se sienta importante en una manera directamente proporcional a la dificultad del nombre del café elegido. Yo intento ordenar algo sencillo, pero eso aquí es imposible, así que elijo lo más parecido a un cappuccino frío con doble ración de canela, y me siento en una de las mesas de la terraza, mi favorita, y mi propiedad privada, tres tardes a la semana.

Mientras tomo mi café, me entretengo haciendo lo que más me gusta en las tardes de ocio, es decir, nada o casi. Observar a la gente que entra y sale, a los meseros -casi púberes- que se sienten orgullosos de haber conseguido su primer trabajo, a las parejas que se besan sin pudor, a la señora de mediana edad que confiesa a sus amigas que sospecha que su esposo le es infiel. Me río para mis adentros, ¿sospecha?, los esposos siempre son infieles, lo han sido desde el principio de los tiempos y lo serán hasta el final de ellos, no entiendo entonces dónde está la duda. Me sorprendo yo misma de mi cinismo, pero no es algo nuevo tampoco, últimamente nada me interesa demasiado.

Continúo mi tarea de observación sólo para encontrarme de frente con la mirada de unos ojos azules. El color impresiona, pero es su frialdad la que me obliga a desviar la mirada unos segundos para después volverla a posar en ellos. Intento averiguar a quién pertenecen y descubro que la dueña es una mujer de extraña belleza, la cual por cierto, sigue observándome fijamente. ¡Qué desvergüenza! En este Starbucks la única que debería tener licencia para hacer eso debería ser yo. Intento sostenerle la mirada, y al hacerlo, recuerdo que había visto esos ojos antes, recuerdo dónde, cuándo, y bajo qué condiciones. El azul glacial era el mismo, pero en aquella ocasión el dueño era un hombre. Sí, fue durante aquel accidente del que milagrosamente me salvé. Él no dijo nada, sólo me ayudó a salir de entre los fierros retorcidos de aquel carro donde todos murieron, menos yo; me cargó hasta la orilla de la carretera y con una mirada dejó escrita en mi memoria la promesa de un reencuentro, después, desapareció.

Y ahora, frente a mí, de nuevo esos ojos, ahora con otra dueña que -ya sentada en mi mesa-, me adivina el pensamiento y me dice: “No, no somos hermanos, más bien somos la misma persona”. “Entiendo” -le respondo, sin alterarme ni interrumpir la importante tarea de disfrutar mi café. Pienso que llega en un momento oportuno, he hecho mil intentos por ordenar mi vida y en cada uno de ellos he fracasado: no consigo un trabajo decente, al hombre que amo le importan un rábano mis sentimientos, me he alejado tanto de mi familia que ahora me consideran una perfecta extraña, y la famosa ley de atracción parece empeñada en darme la espalda. Hago un balance rápido y me doy cuenta de que no tengo mucho que perder: treinta y cinco vividos, de los cuales los últimos veinte han sido un perfecto desastre. Me río en voz alta, y le ofrezco un café “para el camino”. Ella me vuelve a mirar con esos ojos de iceberg y me dice “qué bueno que tomes las cosas con humor”. “No me queda otra opción” -replico- “mi vida entera parece un chiste”.

La miro, parece complacida, supongo que este trabajo le resultará fácil y eso le agrada. “Es hora” -me dice- “puedes dejar la cuenta sin pagar, esos detalles ya no son importantes”. Muy graciosa, por una vez tengo licencia para pararme de un establecimiento sin pagar la cuenta, y justo me la dan en un lugar en el que uno no recibe nada a cambio sin pagar primero. Reflexiono en lo inútil que será el dinero en el lugar a donde voy, así que vacío mi cartera y le dejo al joven mesero la propina más generosa que recibirá en su vida. Le doy el último trago a mi Cinnamon Dolce Frappuccino, y me dispongo resignada a seguir los pasos de mi nueva amiga, la amiga de todos, la que recoge las almas, la Parca, la Fría, la Huesuda, la Dientona, o para que me entiendan mejor, la Muerte.

1 comentarios:

artidoro gracia dijo...

Excelente texto. El suspenso generado por los ojos azules es similar al de la mirada azul. El final aún mejor.