Por: William Zapata (Colombia)
Mi camiseta de Maradona estuvo colgada como cortina en mi baño por mucho tiempo. Mi camiseta de Maradona ahora no la encuentro. Con esa camiseta vi el partidazo que se jugaron Alemania y Argentina en el mundial de Zidane y por esa camiseta de Maradona me han odiado en demasiadas fiestas de colombianos. Luego de un tiempo, cuando ya mi camiseta de Maradona se había mimetizado con el paisaje, yo decidí bajarla de la ventana de mi baño y volver a usarla como usa las camisetas cualquier cristiano del montón. Eso a veces pasa en los lugares donde uno vive. Pones una camiseta como cortina en la ventana del baño y luego de un tiempo te acostumbras a ver esa cara de Diego Armando, estampada en tinta indeleble.
Recuerdo que una mañana cualquiera, mientras me enjabonaba, me percaté que la camiseta llevaba mucho tiempo haciendo las veces de cortina y que si la dejaba allí, correría con el riesgo de que se deteriorara más. Mi camiseta ya tenía el cuello desjuanchado de tanto estar recibiendo los vapores de la ducha y la oxidación natural del cruel aire veraniego de New York. Así que terminé de bañarme, me vestí y casi en paños menores fui hasta el "99 cents" más cercano para comprar una cortina del baño.
Pagué 4 dólares por la cortina más barata que encontré y al volver vi todas esas cosas raras que uno ve en la calle: entre ellas, una dama vestida con gorro de lana y guantes como si estuviéramos en invierno. La dama paseaba su mascota, un labrador cruzado, y hablaba por celular a los gritos. Por un momento, pensé que se dirigía a mí. Yo iba por una acera y ella iba por la acera cruzando la calle y sus gritos me hacían mirarla una y otra vez mientras mis manos sostenían aquella cortina para el baño aún empacada en su bolsa de plástico made in China. No di más largas al asunto y volví a casa y una vez adentro me puse en el proceso de bajar la cortina de la ventana del baño e introducirla en la cesta de la ropa sucia. Ahora no encuentro mi camiseta de Maradona; qué vaína. Es una camiseta gris con letras azul-celeste y estampado negro y ha estado conmigo en demasiados momentos claves de mi vida newyorkina. Mi camiseta de Maradona ha atestiguado la forma en cómo el tiempo se encarga de cambiarme el humor. Así es. No sé si lo han notado, pero los años ,o algo parecido, se han encargado de cambiarnos el semblante.
" Ya no somos los mismos" me decía un amigo desde Medellín a través del chat y tiene razón. Ellos ya no son los mismos que yo dejé y yo no soy el mismo cuando me fui. Algo definitivamente ha cambiado y mi camiseta de Maradona no aparece. Luego de bajarla de la ventana del baño, yo volví a ponérmela varias veces y me acompañó desde el momento en que Luis, mi amigo porteño, me la había regalado al final de un partido de fútbol. También estuvo conmigo cuando armábamos conspiración contra la compañía y cuando nos echaron a Luis Y a mí por sindicalistas. Los judíos dueños del car-wash nos dijeron que uno como ilegal venía a América a trabajar sin derechos de asociación. Luego vendría el verano y yo decidí poner la camiseta en algún lado del closet para guardarla hasta el verano siguiente. Pero ahora es invierno y la he extraviado.
Me siento en el balcón y prendo un porro y miro la jaula donde solían gritar nuestros queridos pericos cuando estaban vivos. Es una jaula inutilizada y tiene la camiseta que solíamos usar para abrigar a los pericos en las noches. Lo dicho; eso pasa con las cosas de tus paisajes circundantes: uno se acostumbra tanto a verlos, que ya no los ve. Las cosas se mimetizan con la rutina, se esconden en la monotonía de las convivencias. Apago el porro y atrapo la camiseta. Afuera hace una mañana soleada, pero hace frío.
La camiseta de Maradona
13:22
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