Pistoleros & poetas

Por: Elías "Jota" Urdánigo (Ecuador)

En 1995 yo tenía 15 años y era bastante pretencioso. Las cosas no iban del todo mal pero tampoco bien. Tenía problemas en el colegio. Y en casa no era la excepción. Me juzgaban de extremo a extremo, o era un descerebrado o un sabelotodo. En fin la mierda sólo seca deja de apestar.

Una tarde después del colegio, me encontraba en casa escuchando Nirvana. Subí un parlante del equipo a la terraza. Miraba el cielo y oía "Rape me". La canción hablaba sobre un estupro. Esa misma tarde me tomé una botella de Trópico seco yo solo. Después llegó Carlos y compramos otra. Ya a las 7 de la noche estábamos borrachos. Salimos a dar una vuelta. Fuimos a parar a casa de María Luisa, una compañera de colegio de ambos. No quedaba muy lejos de nuestro barrio. Yo tenía ganas de hacerlo con ella. En realidad, por ese entonces quería hacerlo con todas… No presté mucha atención a la conversación. Me dejé llevar por sus curvas y al poco rato le estaba metiendo mano en medio de las piernas.

-Estás loco, suéltame, que haces… te digo que me sueltes.

Sentí la hendidura de su vagina bajo la tela del calzón, y hurgué con más fuerza. Ella gritaba y aruñaba. De pronto el brazo de Carlos se cerró alrededor de mi cuello. Tuve que soltarla.

-Qué chucha es lo que te pasa.

Le pegué un empujón y él me lo regresó haciéndome caer de espaldas. Maria Luisa entró corriendo a su casa. Me quedé un rato en el suelo. Sentí que todo daba vueltas alrededor, traté de levantarme y entonces vomité.

Diez minutos más tarde Carlos me ayudaba a volver a casa.
Al siguiente día recibí dos sonoras chateadas de María Luisa.

-La próxima vez te hago pegar de mi hermano una buena paliza.

La próxima vez, me dije, hasta ella pensaba en una próxima vez.

El profesor de matemáticas era admirado. Enseñaba bien su materia, eso decían todos. Pero yo odiaba las matemáticas. No sabía donde meterme cuando llegaba su clase. Por lo general me fugaba esas horas, iba a esconderme por detrás de las canchas de fútbol. Me quedaba ahí todo el rato mirando la hierba, los huecos llenos de agua en la superficie de la cancha, el cielo nublado, fumando y pensando en tener dinero, ser estrella de rock, o en escribir libros y ser famoso. A veces cuando estaba ahí sacaba mi libreta y escribía algunas cosas. Carlos solía acompañarme, también detestaba las matemáticas. Carlos sabía de mis fantasías megalómanas.

Varias veces hice poemas para sus conquistas. Decía que yo lograría algo con lo que escribía. Pero mientras tanto quien lo estaba logrando era él. Dos de sus conquistas se abrieron de piernas después que les leyó uno de mis poemas. Carlos lo había estampado en una camiseta y les presumía diciendo que era suyo. Ya no recuerdo de que iba el poema, era algo así como "Las chicas sueñan con que no les rompan el corazón, y yo sueño con ser Superman. Algún día las llevaré a volar" etc.

Cuando estábamos detrás de las canchas, solos, hablábamos de aquello.

-Por qué no recopilas algo y lo mandas a una editorial…
-Dudo que les agrade, si lees lo que se imprime por ahí, te das cuenta que no saben nada de poesía.
-…
-Todo el país es una puta verga.
-Pero las cosas se transforman, no escuchas las clases de química.
-Si, pero la mierda sólo se hace tierra. ¿Tienes un cigarrillo?
-Ten… Enciéndelo, voy a dibujarte con el cigarrillo en la trompa. Ponlo así.

Carlos dibujaba bien. Y cuando hacía mujeres desnudas era lo mejor. Yo solía pedirle que me dibujara a la profesora de educación física. Y él hacía un comic entero de unas 10 páginas, al final de la historieta los dos terminábamos culiando a la profesora. Uno por delante y el otro por detrás. Y recitábamos riendo una y otra vez: tu culo se ancha, tu culo se encoje, llega mi verga y te lo descompone. Éramos incultos, salvajes y pretenciosos, no sabíamos nada de la vida, tal vez éramos felices.

Carlos era un buen tipo, el único genio que yo he conocido personalmente. Aunque su padre alcohólico dijera que era un pedazo de mierda. Yo le decía que era mejor uno que te dijera pedazo de mierda, a no tener nada. Eran los pensamientos de un hijo de padre desconocido. Nunca había tenido un hijo de puta a quien llamar padre. Carlos decía que eso era mil veces mejor. No sé quien tenía la razón, no lo sé. Una tarde mientras bebíamos en su cuarto y escuchábamos Nirvana, a él se le ocurrió una idea: asaltar una gasolinera. Era la idea de un puto genio, pero para probarlo le dije:

-Y con qué piensas hacerlo... con pistolas de agua.
-Eso ya está resuelto, voy a robarle tres pistolas a mi papá, Taurus 9 mm. Se las traen mañana de Guayaquil, va a vendérselas a unos amigos.

Yo me pasaba los días pensando y pensando y haciendo muy poco. Lo que Carlos decía no era que tuviera sentido, pero era una línea, una directriz trazada en la página blanca de nuestros días; un escape de Ciudad M.

-Sólo nos falta alguien más.
-Eso también podemos resolverlo –dije yo, pensando enseguida en Xavier. Xavier era un tipo del barrio, que trabajaba en una mecánica de bicicletas. Un pelado lo bastante duro y loco como para entrarle a una propuesta semejante.

Más tarde Carlos hizo un retrato de nosotros tres, de cuerpo entero, empuñando las armas, con una mirada cruel. Pero finalmente nunca llegamos a hacerlo, descubrimos que necesitábamos un auto y eso conllevaba un delito anticipado al golpe mayor. Resultó demasiado.

Carlos se robó las armas igual, y recibió una paliza del diablo. Para explicarlo mejor: su padre le rompió el brazo. Pero nunca confesó qué había hecho con las pistolas, ni nos delató.

Lo que hicimos fue venderlas a unos pandilleros. La plata la gastamos en botellas, golosinas y libros. A Xavier le dimos su tajada. Nosotros nos fuimos a Quito. Recorriendo las librerías de la ciudad, y en sus pasillos descubrí a Cioran. Después lo he olvidado, porque Cioran es un pleonasmo en Ciudad M. No hicimos nada de lo que planeamos en aquel tiempo. Nos fuimos metiendo en la vida, y la vida se fue enquistando en nosotros como un parásito que aniquiló nuestros sueños más íntimos.

Lo último que supe de Carlos es que se divorció de su mujer por cuernos. Ella se los puso con el gerente de una empresa de electrodomésticos. Yo por mi parte tengo una chica que maneja 5 horas todos lo fines de semana para verme. Es catedrática de literatura hispanoamericana en una universidad de Guayaquil, asegura que tengo mucho talento. La pobre está enamorada. Mientras tanto trabajo en un pulgoso periódico de Ciudad M, y hace tiempo que perdí las ilusiones. De vez en cuando me publican alguna crónica. Es lo más cercano a ser un escritor reconocido que he estado nunca.

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