Subconsciente

Por: Alonso "Amorexia" Hernández (Costa Rica)

La anciana parece haber estado allí siempre, nadie recuerda nunca verla llegar, ni nadie la ve irse. Se sienta quieta y callada en las gradas del ministerio. Al principio sólo quería saber qué había sido de ellos; nunca nadie le pudo explicar. Sigue allí siempre con los ojos llorosos, sin decir palabra, sin pedir una limosna, sin recibir nunca una ayuda, un almuerzo, un café, todos saben que esta allí y ya a nadie le importa, no estorba, no existe, es una sombra.

Para ella todos son imágenes borrosas, cuando alguien la mira o le habla, ella parece más ausente que nunca. Quizás es parte de la escalinata, y todavía no se ha dado cuenta que perdió la esperanza, que en verdad no está allí, que su mente y su alma impasibles no se retiran desde hace ya varios inviernos, hace ya varios veranos.
Tira su cuerpo hacia atrás, se limpia las lágrimas, y emite un quejido lastimoso mientras jala aire pesadamente; esto llama la atención de la mujer que vende periódicos, del viejo que vende libros legales y códigos, de la muchacha que vende empanadas, sobresaltados se acercan a ella, le gritan, le preguntan, mas para ella son sólo fantasmas, no logra siquiera reconocer sus caras, se fastidia, se enerva.

Llaman al oficial de seguridad que presuroso avisa por la radio, ella se levanta de la escena, baja los escalones y vuelve a ver a todos agitados ayudando a una anciana, le da la mano al invisible alto y delgado que la llama, y se apresura a buscarlos; la niña camina saltando mientras se aleja de la mano de el espigado hombre de negro, mientras en la conmoción la anciana muerta se vuelve de nuevo humana.

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